viernes, 1 de junio de 2012

Prólogo de Octavio Paz. Abril de 1962

(Árbol de Diana )


El árbol de Diana es
transparente y no da sombra. Tiene luz propia,
centelleante y breve. Nace en las tierras resecas de
América. La hostilidad del clima, la inclemencia de los
discursos y la gritería, la opacidad general de las
especies pensantes, sus vecinas, por un fenómeno de
compensación bien conocido, estimulan las propiedades
luminosas de esta planta.

Durante mucho tiempo se negó la
realidad física del árbol de Diana. En efecto, debido a su
extraordinaria transparencia, pocos pueden verlo.
Soledad, concentración y un afinamiento general de la
sensibilidad son requisitos indispensables para la visión.
Algunas personas, con reputación de inteligencia, se
quejan de que, a pesar de su preparación, no ven nada.
Para disipar su error, basta recordar que el árbol de
Diana no es un cuerpo que se pueda ver: es un objeto
(animado) que nos deja ver más allá, un instrumento
natural de visión. Por lo demás, una pequeña prueba de
crítica experimental desvanecerá, efectiva y
definitivamente, los prejuicios de la ilustración
contemporánea: colocado frente al sol, el árbol de Diana
refleja sus rayos y los reúne en un foco central llamado
poema, que produce un calor luminoso capaz de quemar,
fundir y hasta volatilizar a los incrédulos. Se recomienda
esta prueba a los críticos literarios de nuestra lengua.

           OCTAVIO PAZ
                                    París, abril de 1962

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